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¿Qué determina el grado de armonía que alcanzamos?

Estar en armonía con uno mismo, con la naturaleza, con las circunstancias, es quizás, uno de los principales pilares de la felicidad, sino tal vez el principal.

 

¿Y qué es armonía?

 

Armonía es fluir en lugar de luchar o resistirse. Es aceptar, es comprender, es ser inteligente.

Cuando nos vemos en determinada circunstancia que para nuestro corazón es poco deseable, lo que instintivamente hacemos es resistirnos a ella, luchar contra ella. Y lo hacemos desde la emotividad, que es lo mismo que impulsividad, esa reacción automática que se hace sin pensar. Es ese calificativo de que es “malo” porque para los ojos es obvio que lo que trae es sufrimiento doloroso.

 

Si desde la inteligencia observamos qué de bueno subyace en esa “mala” circunstancia, lograremos fluir con ella en armonía. Armonía es cuando desde una comprensión mayor, superior aprehendemos la enseñanza y la interiorizamos como lo hace quien reconoce lo que le falta y llena el vacío con ello. Es en ese momento que puede avanzar. Ha crecido y la última página de ese capítulo ha sido ya escrita y aprendida. Es cuando ese cambio de circunstancias lo conviertes en evolución por comprensión y no en crisis como se hace cuando no se comprende.

 

Entre más inteligentes somos menos emotivos actuamos. A mayor inteligencia mayor comprensión de la propia vida. Más amplia es la visión y por ende más Verdad entendemos.

Hay quienes hablan del ego como el mayor de los enemigos del hombre. Aquel que nos habla al oído desde el egoísmo y los miedos. Y si observamos con detenimiento en qué lugar del cuerpo se sienten los miedos, muchas veces aparecerán en el mismo sitio de la emotividad. De manera pues que, para pensar inteligentemente es prioritario observar con alta atención de dónde proviene cada pensamiento.

 

Si fuéramos capaces de darnos cuenta que la supervivencia del buen nombre, del respeto, de la honra, de la valentía, de la buena imagen, del profesionalismo, de la eficiencia, del crecimiento en toda la extensión de la palabra radica en la humildad o sencillez (lo contrario del ego o arrogancia) habríamos dado un gigantesco paso a la inteligencia. Habríamos hecho desconexión de los miedos emotivos y nos habríamos situado en las altas franjas del pensamiento ecuánime y sereno. En palabras prácticas, si lográramos aceptar nuestras fallas, reconocer lo que nos falta mejorar, aceptar cuando nos equivocamos como lo hacen todos los seres humanos, sería entonces el reconocimiento inteligente de quiénes realmente somos. Y sobretodo demostrar nuestro deseo por corregir, es decir, por crecer.

 

Pedir ayuda para muchos es un impensable. Porque desde la emotividad el pensamiento indica debilidad, baja autoestima, incapacidad, entre otros calificativos. Mal calificarse es propio del ego. Y en medio de circunstancias que requieren ayuda, al no pedirla entramos en lucha, en resistencia, en negación. Se niega principalmente la posibilidad de aprender lo que falta y en lugar de hacer movimientos hacia adelante será necesario hacerlos en círculos para luchar con la circunstancia perdiéndose en el lodo de las emociones y las malas calificaciones…crítica, juicios.

 

Armonía es pues cuando humildemente, es decir, desde la sencillez y la inteligencia sin emotividad, fluimos con las circunstancias, aprendemos el mensaje subyacente que nos es traído como necesidad interna para llenar un vacío. Y sólo así podríamos seguir moviéndonos hacia adelante, creciendo en lugar de movernos en los círculos de las emociones irresueltas.

¡¡¡Que la luz de la inteligencia llene nuestros pensamientos!!!

Todo lo mejor,

Dana B.B.

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